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Lice de Luxe en La Nación [ argentina ]


No quieren una vida asegurada, con cuenta en el banco y trabajo estable de ocho horas. Como si se tratara del comienzo de Trainspotting , éstos son los principios que defienden los tres integrantes de la compañía circense danesa Lice de Luxe: Katja Amtoft, Karl Stets y Steffen Lundsgaard, que el viernes actuarán por primera vez en la Argentina, en el Club de Redes de Villa Crespo. Con una tonelada de equipo a cuestas y una fiel furgoneta, que los acompaña desde hace 27 años, han recorrido toda Europa. El trío, que hace casi seis años ofrece sus malabares y acrobacias por el mundo, llegó a Buenos Aires, como parte de una aventura.

No bien pisan el escenario se transforman en Kimberley, Ursula y Dr. Fez: tres personajes bizarros que deambulan por habitaciones virtuales y que ofrecerán, por más de una hora, un espectáculo con acrobacias aéreas, sombreros voladores, malabares con incontables pelotas y música minimalista. El marco que los envuelve evidencia una estética barroca, con muebles de estilo y un antiguo piano. En la obra, Steffen es el villano que despliega fabulosos números de pelotas de rebote; Karl es el clown que llevará las situaciones al límite, y a Katja le corresponde hilar todas las situaciones y sorprender con sus hazañas voladoras. Durante la función, el malabarista toca el banjo, el pianista hace flic-flac y la cantante, acrobacias mientras vuela.

Cuatro cables de acero sostienen la estructura de ocho metros que les sirve de escenario, pero aún recuerdan aquella vez cuando, en el Festival de Teatro de Calles en España, uno de los cables se cortó y toda la estructura tambaleó. En ese momento, Katja se encontraba encaramada sobre el elevado trapecio, sobre el cual dibuja audaces acrobacias, y por primera vez sintió vértigo. Pero eso no le impidió seguir con la rutina habitual: cantar "Smile" para un público sobresaltado. Karl, que corrió hasta el cable para estabilizar la estructura, recuerda con claridad el sonido de la voz de Katja, luego del sacudón: "Fue mágico de tan valiente; de esas cosas que pasan una vez en la vida". Katja recuerda: "No se puede demostrar miedo al público".

Una experiencia que recuerdan entre sonrisas es la que vivieron en Hagen, Alemania, donde justo antes de salir a escena se desató una tormenta. Pensaron que el público se evaporaría, pero no fue así. "Abrieron sus paraguas y soportaron toda la función (que dura una hora) bajo el agua", cuenta Karl, mientras agranda sus ya enormes ojos celestes. En esa ocasión, la lluvia mojó todos los equipos, que tardaron días en secarse, pero no había forma de dar marcha atrás. "Si el público sigue ahí, no hay forma de cancelar; hay que salir y que empiece la función", agrega.

El circo rodante

Como tres nómades en busca de nuevos paisajes para sus acrobacias y malabares, han cruzado toda Europa, desde Italia a Islandia. "Somos más transportistas que artistas; pasamos más tiempo en la furgoneta, que arriba del escenario", admite Karl.

Luego de pasar 27 días y noches sobre ruedas, en un lapso de cuatro meses, Steffen considera: "Somos familia, somos casados, somos maridos y hermanos". Cuando vuelvan a Dinamarca habrán estado un año lejos de casa. "Cuando vuelves de gira y, de repente, te encuentras en tu casa es muy raro. Es como si te cortaran el brazo porque el otro no está", cuenta Steffen. Se mueven por instinto desde aquella primera vez que se bautizaron Lice de Luxe (piojos de lujo) y dejaron atrás Copenhague para probar suerte en Barcelona, siguiendo la lógica del "vamos a ver qué pasa".

Lo mismo sucedió con su visita a Buenos Aires. "Aprovechamos este trabajo para viajar y hacer locuras como ésta de venir a la Argentina para ver si podemos montar el espectáculo aquí", dice Karl, que no aparta su mirada de los volantes que le quedan por repartir; después de todo, faltan días para el estreno. Luego, partirán nuevamente. No es casualidad que el armado de la estructura que cargan para las funciones demande sólo dos horas de antelación. Próxima estación: Santiago, Chile; luego, ni ellos saben.

Victoria Pérez Zabala, Diario La Nación
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